Aunque lo parezca, no se trata de un slogan facilón. Sólo es un titular descriptivo: abajo, la tele; arriba, internet.
Hace semanas que no se ve la TV en mi casa. Las pasadas tormentas debieron hacer estragos en el tejado y la antena pasó a mejor vida, según comentan en la escalera. El otro día un vecino llamó a mi puerta:
– Perdona ¿ves la tele? –me preguntó–.
– Pues… no mucho, la verdad –le contesté, incauto–.
– No, no… quiero decir si te llega la señal de la tele… –aclaró el, esgrimiendo una sonrisa bastante sospechosa–.
Al instante me percaté de que a mi vecino no le interesaban en absoluto mis inclinaciones audiovisuales; no parecía que le importara demasiado si veo la tele, si leo libros raros o si pierdo el tiempo en facebook. Así que comprobé mi viejo receptor con pantalla de las gordas y, efectivamente, sólo captaba esa típica maraña de ruido gris… esas hormiguitas que tan buen efecto hacen con la luz apagada y alguna vela. Mi vecino tenía razón, la señal no llega.
Ha pasado algún tiempo desde entonces y en mi edificio seguimos sin captar la TV, ese sigue siendo el principal tema de conversación en el portal y el ascensor. No se ve la tele. No la echo de menos, en realidad, pero ya he encontrado una alternativa para esos extraños y desocupados momentos en que uno se sienta en el sofá y no sabe a dónde mirar: he colocado mi nuevo y flamante router ADSL encima del fetiche tecnológico por excelencia del siglo XX. Ahora, me siento y lo miro orgulloso, porque, después de varios meses sin conexión, ese cacharro me conecta al mundo, en cierta manera. Al menos a una parte importante del mundo.
No he podido evitar fotografiar la escena. Sólo me da pena perderme House… Pero queda chulo el ADSL ¿eh?
Langarra 